Soy incapaz de transmitir el porqué de mi pasión por el baloncesto, porque todas las pasiones son irracionales. Por supuesto tiene su raiz en la infancia. En el verano del 84, tenía yo 8 años y vi las Olimpiadas de Los Angeles por la tele. En ese momento me emocioné con la actuación española en el torneo de baloncesto. Esa final por la medalla de oro contra el conjunto local, contra los invencibles americanos, que contaban con algunos buenos jugadores, entre los que destacarían dos especialmente, Patrick Ewing y, como no, el genio que cambió el deporte, Michael Jordan.
Cuando terminó el campeonato le pedí a mi padre que me comprase un balón y desde entonces el baloncesto forma parte de mi vida.
Transmitir o contagiar esta pasión es lo que me mueve a escribir. Espero conseguirlo.
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